Cuando la mùsica empieza, las palabras sobran
Acaban de presentarme a Irma. Me impresiona su amplia sonrisa y su espigada figura. La contemplo. Es una hermosa joven que aún no debe haber vencido los diecinueve abriles. Nació en Puno. Estudia Derecho. El lago Titicaca la conoció desde pequeña, cuando de la mano de don Gerardo y doña Irma, sus padres, paseaba por el muelle andino. El cerrito de Huacsapata la acogió después. Fue allí donde disfrutó los besos y mimos de un dichoso y adolescente enamorado. ¿Su nombre?, no quiere recordarlo.
Hace treinta minutos Irma fue ungida como la “Señorita Centralista – 2008”, en el club de Tiro de Puno que hoy nos cobija. Su elección marcó el inicio de la participación de los “Caporales Centralistas” en las celebraciones de la venerada Virgen de la Candelaria, a quien la devoción popular ha bautizado como La mamita Candelaria, simplemente. Irma forma parte de ésta comparsa de carismáticos danzantes que, acompañados de músicos profesionales, desde hace más de una década engalanan la festividad. Sus más de cuatrocientos integrantes están organizados en bloques locales (Pumas y Ñustas, Coquetos y Preciosas, y Coyotes) y visitantes (Lima, Cusco, Arequipa, Tacna).
El uso de los superlativos es abundante en la fiesta de La Candelaria. Las bandas de música no pueden dejar ser “poderosas”, “señoriales”, o “majestuosas”. Los grupos danzantes, por su parte, siempre serán “espectaculares”, “incomparables” o “fabulosos”. Ellos no lo advierten. Son los foráneos quienes quedan anonadadados por la profusión de estos y otros epítetos que aparecen en pancartas, bombos, y bambalinas. El afán por destacar, los deslumbra. Con seguridad, en el siguiente año alguien acuñará un adjetivo más “tremendista” de cuantos hoy abundan.
En este escenario, Irma me parece una “preciosa” soberana. Para vencer a sus rivales, no fue suficiente su belleza. Ha sido necesario, además, derramar simpatía y habilidad en la ejecución de una rítmica saya. Está enfundada en un vistoso traje de terciopelo. Unas aplicaciones de tela negra, engominada, con ribetes y lentejuelas doradas (que sobresalen en las hombreras de la chaqueta amarillo-oro y contraste negro); estilizan anatomía. Luce también una diminuta pollera negra, con ribetes y lentejuelas doradas. En realidad, es una indiscreta minifalda que, para el deleite de los lujuriosos varones (entre quienes no estoy yo, por supuesto), deja ver sus provocativas piernas. Calza zapatos negros, con ribetes dorados, y taco nueve; los que, elevándola sobre el metro setentaicinco de estatura, ayudan a perfilar su estampa.
Los detalles del origen de la festividad de la Virgen de la Candelaria no interesan en ocasiones como hoy (a la media noche, en el club de Tiro de Puno). Sin embargo, me llama la atención el nombre de la fiesta y de la patrona: Virgen de la Candelaria.
Saludo a Irma con un beso en la mejilla. “Hola”, corresponde afectuosa. “¿Candelaria, viene de candela?”, le pregunto a quemarropa. “Sí, así es”, me sorprende. Con aquélla irónica interrogación pensé dar inicio a una trivial plática. No podía ser de otra forma, sobretodo en este lugar donde Raúl, un común amigo, nos presenta. “¿Cómo es eso?, ¿De verdad Candelaria viene de candela?”, repregunto intrigado al tiempo que contemplo sus grandes ojos.
“Te cuento la historia en dos palabras”, me dice asumiendo una posición magistral. Y con su acariciadora voz, me explica: “En los primeros tiempos, los cristianos establecieron la fiesta de la purificación de la Virgen María. Se trataba de una procesión que partía de la Iglesia de Jerusalén y terminaba en la Basílica de la Resurrección. Años después, los católicos de occidente impusieron la costumbre de acompañar a la procesión portando velas de cera, de donde emanaban, por supuesto, bocanadas de candela. Pero, el fuego era bendecido previamente.”
La sapiencia de Irma me hipnotiza. Siempre es fascinante encontrarse con una mujer bonita e inteligente. “¿Así...? No lo sabía”, le confieso. “Si, así es”, responde mientras se acomoda las trenzas que se prolongan hasta su estrecha cintura. Animosa, me sigue explicando: “Los católicos de oriente también festejaban la fiesta de purificación de la Virgen María, pero bajo el nombre de fiesta de la Virgen de las Lumbres, que equivale a la Virgen de la Candelaria. Como te darás cuenta, Candelaria viene de las candelas o velas bendecidas por los sacerdotes, que acompañaban la procesión de la Virgen María”, concluye sonriente y segura.
Sorpresivamente, la música se apodera de nuestros oídos. Ahora, impide que Irma me siga ilustrando. “¿Bailamos...?”, le propongo en voz alta, contagiado por el ritmo y la euforia de los jóvenes y adultos, damas y varones, que ya están en el ruedo. “Bailamos.”, responde coqueta. Al ritmo de la cimbreante saya Soy Caporal empezamos a bailar. La sonrisa y agilidad de Irma me cautivan. En este trance hipnótico, comprendo a plenitud el significado de estas fiestas: rito, esperanza, y religión. Bailo, bailamos... Cuando la música empieza, las palabras sobran.
Hace treinta minutos Irma fue ungida como la “Señorita Centralista – 2008”, en el club de Tiro de Puno que hoy nos cobija. Su elección marcó el inicio de la participación de los “Caporales Centralistas” en las celebraciones de la venerada Virgen de la Candelaria, a quien la devoción popular ha bautizado como La mamita Candelaria, simplemente. Irma forma parte de ésta comparsa de carismáticos danzantes que, acompañados de músicos profesionales, desde hace más de una década engalanan la festividad. Sus más de cuatrocientos integrantes están organizados en bloques locales (Pumas y Ñustas, Coquetos y Preciosas, y Coyotes) y visitantes (Lima, Cusco, Arequipa, Tacna).
El uso de los superlativos es abundante en la fiesta de La Candelaria. Las bandas de música no pueden dejar ser “poderosas”, “señoriales”, o “majestuosas”. Los grupos danzantes, por su parte, siempre serán “espectaculares”, “incomparables” o “fabulosos”. Ellos no lo advierten. Son los foráneos quienes quedan anonadadados por la profusión de estos y otros epítetos que aparecen en pancartas, bombos, y bambalinas. El afán por destacar, los deslumbra. Con seguridad, en el siguiente año alguien acuñará un adjetivo más “tremendista” de cuantos hoy abundan.
En este escenario, Irma me parece una “preciosa” soberana. Para vencer a sus rivales, no fue suficiente su belleza. Ha sido necesario, además, derramar simpatía y habilidad en la ejecución de una rítmica saya. Está enfundada en un vistoso traje de terciopelo. Unas aplicaciones de tela negra, engominada, con ribetes y lentejuelas doradas (que sobresalen en las hombreras de la chaqueta amarillo-oro y contraste negro); estilizan anatomía. Luce también una diminuta pollera negra, con ribetes y lentejuelas doradas. En realidad, es una indiscreta minifalda que, para el deleite de los lujuriosos varones (entre quienes no estoy yo, por supuesto), deja ver sus provocativas piernas. Calza zapatos negros, con ribetes dorados, y taco nueve; los que, elevándola sobre el metro setentaicinco de estatura, ayudan a perfilar su estampa.
Los detalles del origen de la festividad de la Virgen de la Candelaria no interesan en ocasiones como hoy (a la media noche, en el club de Tiro de Puno). Sin embargo, me llama la atención el nombre de la fiesta y de la patrona: Virgen de la Candelaria.
Saludo a Irma con un beso en la mejilla. “Hola”, corresponde afectuosa. “¿Candelaria, viene de candela?”, le pregunto a quemarropa. “Sí, así es”, me sorprende. Con aquélla irónica interrogación pensé dar inicio a una trivial plática. No podía ser de otra forma, sobretodo en este lugar donde Raúl, un común amigo, nos presenta. “¿Cómo es eso?, ¿De verdad Candelaria viene de candela?”, repregunto intrigado al tiempo que contemplo sus grandes ojos.
“Te cuento la historia en dos palabras”, me dice asumiendo una posición magistral. Y con su acariciadora voz, me explica: “En los primeros tiempos, los cristianos establecieron la fiesta de la purificación de la Virgen María. Se trataba de una procesión que partía de la Iglesia de Jerusalén y terminaba en la Basílica de la Resurrección. Años después, los católicos de occidente impusieron la costumbre de acompañar a la procesión portando velas de cera, de donde emanaban, por supuesto, bocanadas de candela. Pero, el fuego era bendecido previamente.”
La sapiencia de Irma me hipnotiza. Siempre es fascinante encontrarse con una mujer bonita e inteligente. “¿Así...? No lo sabía”, le confieso. “Si, así es”, responde mientras se acomoda las trenzas que se prolongan hasta su estrecha cintura. Animosa, me sigue explicando: “Los católicos de oriente también festejaban la fiesta de purificación de la Virgen María, pero bajo el nombre de fiesta de la Virgen de las Lumbres, que equivale a la Virgen de la Candelaria. Como te darás cuenta, Candelaria viene de las candelas o velas bendecidas por los sacerdotes, que acompañaban la procesión de la Virgen María”, concluye sonriente y segura.
Sorpresivamente, la música se apodera de nuestros oídos. Ahora, impide que Irma me siga ilustrando. “¿Bailamos...?”, le propongo en voz alta, contagiado por el ritmo y la euforia de los jóvenes y adultos, damas y varones, que ya están en el ruedo. “Bailamos.”, responde coqueta. Al ritmo de la cimbreante saya Soy Caporal empezamos a bailar. La sonrisa y agilidad de Irma me cautivan. En este trance hipnótico, comprendo a plenitud el significado de estas fiestas: rito, esperanza, y religión. Bailo, bailamos... Cuando la música empieza, las palabras sobran.
Comentarios
Interesante narrativa...¿Cuándo la segunda parte?... la que continúa despúes de la música y el baile...
Estaré atento.
Un abrazo.
Enrique.
Rafo
y tb puedo reafirman que aquella chica CENTRALISTA es hermoza
Sgue conjurando tus demonios al escribir.
Irma