Esa revista prohibida
Mi profesora de Geografía era una señora algo pasadita de peso y de años. Cada vez que recibo la visita de su imagen, la veo enfundada en alguno de sus ceñidos pantalones. Esas prendas dibujaban groseramente toda su humanidad. Lucy era su nombre, la profe Lucy. A las diez de la mañana se aparecía en el primer año de secundaria, sección C, mi salón. —Buenos días… —saludaba instalándose en el pupitre. Y sus alumnos le respondíamos al unísono con un sonoro “¡Buenos días, profesora!”, mientras nos parábamos como eyectados del asiento de un avión de combate. La voz de la profe Lucy era chillona. Su rostro nunca ensayaba una sonrisa. Usaba lentes de carey, con lunas oscuras y grandes, que no se los quitaba ni cuando el Sol se había marchado del firmamento. Así, la dirección de su mirada siempre era un misterio. Después de disponer “Tomen asiento”, se dedicaba a buscar en su cartera. Nunca supimos qué. Acto seguido, nos ordenaba sacar el cuaderno. Se paraba lentamente, y empezaba a caminar. L