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VIGIL Y EL CASO MORTARA ¿POR QUÉ EL PAPA PÍO IX ORDENÓ EL SECUESTRO DE UN NIÑO JUDÍO?

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A media mañana del 30 de mayo de 1808, el virrey Fernando de Abascal abrió las puertas del primer gran cementerio general de Lima: el Presbítero Maestro. La edificación se alzó en los extramuros de la ciudad, porque enterrar a los muertos en las criptas y catacumbas de las iglesias ya era un problema de salud pública: el mal olor se combatía con incienso, pero las enfermedades concomitantes no. En aquellos días el recinto mortuorio pertenecía a la iglesia y estaba bajo la jurisdicción eclesiástica. Constituía un privilegio, casi un premio, que los restos de cualquier mortal rep osen allí, pues revelaba la buena conducta que había profesado el difunto durante su vida terrenal. Para gozar el descanso eterno en aquel recinto, el arzobispado de Lima emitía la denominada Boleta eclesiástica, certificando que el difunto “había muerto en gracia de Dios, libre de todo pecado mortal”. Este hecho era una manifestación de los fueros que la Iglesia Católica defendía de manera enérgica ante los

Beto, el talibán enamorado

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BETO, UN TALIBAN ENAMORADO Sólo en el cine vi ese tipo de confesiones de amor: inflamadas y estremecedoras. Quizá por eso, aquel 14 de febrero, día de los enamorados, cuando me tope con la inmensa bambalina que colgaba desde el último piso del pabellón de Educación, adyacente a la mía, la Facultad de Derecho; se dibujó en mi boca una mayúscula letra "o":  "Rocío, ha sido maravilloso haberte conocido". Así decían las letras amarillas, pegoteadas sobre un fondo de seda, color rojo-carmín. Uno a uno llegábamos los estudiantes al pie de la pared. Al darnos cuenta de que el autor de esa locura romántica había sido el cándido Beto, una mueca ufana se cruzó en nuestros labios. Rocío no le daba bola, Marisol no le daba bola, Lolita no le daba bola, todas las mujeres no le daban bola a Beto. Pero ese día, las chicas, embobadas al pie de aquel improvisado  ecran , preguntaban por él:  — Qué bonito... — ¿Quién lo ha hecho? — ¿Lo conoces? — ¿Es tu amigo? 

ADIÓS, UNJBG

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En el autorradio, la rítmica música de Bob Marley suena con sospechosa fidelidad. Mientras voy a al volante de mi cansado Mitsubishi, no dejo de pensar en los rostros compungidos de Amanda, Miluska y amigos más cercanos. Ellos me repreguntaban sobresaltados: –¿De verdad te vas de la universidad…? Y yo les respondía, casi esquivándoles la mirada: –Sí, me voy de la Universidad. Sí. Le di vueltas durante incontables noches de insomnio. Me costó decidirlo, pero los signos premonitorios no se equivocan, me voy de la universidad o ella se va de mí... Ocurre que ya no me gustan sus pasillos ni pizarras, prefiero contemplar desde afuera el silencio de las paredes. Hace rato dejó de hacerme ilusión saltar al escritorio, de madrugada, y preparar las clase del día; disfruto más saborear con egoísmo el menú de mi biblioteca, sólo para satisfacer el apetito de mi lobo estepario. Me fastidia imaginar a los estudiantes como alumnos, me hace feliz tenerlos como amigos. De pronto, dejó d

En el aeropuerto

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Todos van de paso, en el aeropuerto. Agilitos, cual hormiguitas obreras, van y vienen en los pasillos, van y vienen en el  counter , van y vienen en las mangas, van y vienen en las escaleras automáticas. Nadie pretende vagar en este vertiginoso paisaje.   En el aeropuerto, me doy cuenta que llevo demasiada carga encima. Lo compruebo cuando, en la zona de control de equipajes de mano, antes de pasar bajo el arco de control, desembucho todas las cosas que, de por vida, van conmigo. Absorto, en piloto automático, veo que el BlackBerry aterriza sobre la cesta transparente; que el celular de doble chip termina dando vueltas sobre su eje; que las monedas blanco-amarillentas tintinean sin entusiasmo; que la correa de cuero se desliza como una serpiente constrictora en ese nido de polímero. Sólo despierto cuando la billetera, con las tarjetas y el DNI dentro, huye de mis manos, y me angustia una pregunta: ¿si se pierde? Tras los controles de rigor, caigo en cuenta que el ser existencial

Vacaciones: fin de la primera temporada

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No es falta de cortesía, no es falta de poca consideración, DE TODO Y DE NADA está de vacaciones. Pero, ya se le acaba. Y vuelve con la segunda temporada. ¡Nos vemos!

Un semestre con el profesor Cabrera

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Abro mi correo-e de  gmail , y me sorprende el mensaje colectivo de Carlos, mi alumno del último año, en la Escuela de Ciencias de la Comunicación. Como sus compañeros, es un cuasi-periodista, con los últimos estertores de estudiante, pasea su cuerpo por los pasajes de la Facultad de Letras de la UNJBG. Su rostro me recuerda al “Comegato”, amigo del célebre comic chileno Condorito. El título de su correo-e dice: "Un día con Edilberto Cabrera". ¡Vaya sorpresa! Mientras engullo el  e-mail  de Carlos, me rasco la cabeza sobre una zona que no me pica ni molesta. Termino. Permanezco inmóvil, sintiendo en las yemas de mis índices los guioncillos que se elevan sobre las letras "efe" y "jota" del teclado. Estas pensando en el “sonso-vacio”, papá, me diría Mauricio. Pero, no. “Distraído” no es equivalente a tener la mente en blanco. Es, más bien, prestar atención a un hecho trascendental sólo para uno mismo, y por lo tanto, más importante de todo lo que —en ese

Jo-jo-jo-jo...

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El pavo de navidad me está mirando. Dentro de una bolsa de plástico, yace sobre la mesilla de la cocina. Dice que tiene nueve kilos de peso. ¿De carne o de hielo? No lo sé. A su lado se yergue una cristalina botella de pisco, y un par de jeringas hipodérmicas, que lo acompañan, parecen decir “¡Tengo sed!”. Más allá, con un talante más bien tristón, están diseminados un manojo de pasas y castañas. Especias convertidas en polvitos multicolores salpican aquel escenario. Junto a ellos, un cuarto de kilo de carne molida de res y otro tanto de cerdo se aprestan a dar su cuota para que, a la media noche y con unos villancicos acariciándonos los oídos; el ave de la nariz colgante regale a nuestros paladares sus deliciosos sabores. Pero, a diferencia de años pasados, cuando las campanas anuncien el nacimiento del niño Dios, no habrá cajitas de regalos bajo el árbol de navidad. ¿Por qué? Cierta vez, Miluska, mi encantadora hija, me preguntó si, de verdad, Santa Claus existía. También, si era ci