Beto, el talibán enamorado


BETO, UN TALIBAN ENAMORADO

Sólo en el cine vi ese tipo de confesiones de amor: inflamadas y estremecedoras. Quizá por eso, aquel 14 de febrero, día de los enamorados, cuando me tope con la inmensa bambalina que colgaba desde el último piso del pabellón de Educación, adyacente a la mía, la Facultad de Derecho; se dibujó en mi boca una mayúscula letra "o": 

"Rocío, ha sido maravilloso haberte conocido".

Así decían las letras amarillas, pegoteadas sobre un fondo de seda, color rojo-carmín.

Uno a uno llegábamos los estudiantes al pie de la pared. Al darnos cuenta de que el autor de esa locura romántica había sido el cándido Beto, una mueca ufana se cruzó en nuestros labios. Rocío no le daba bola, Marisol no le daba bola, Lolita no le daba bola, todas las mujeres no le daban bola a Beto. Pero ese día, las chicas, embobadas al pie de aquel improvisado ecran, preguntaban por él: 

Qué bonito...

¿Quién lo ha hecho?

¿Lo conoces?

¿Es tu amigo? 

Y Beto, el Nerón incendiario del amor no correspondido, el enamorador de buenasmozas, quienes sólo le regalaban sonrisas engreídas, contemplaba su obra desde la esquina más alejada de aquél telón marca "San Valentín". 

Con los ojos achinados, pantalón Jean desgastado y bajo el eterno corte de pelo tipo “militar”, Beto era el talibán-hormiga de la mancha. En las elecciones estudiantiles, cuando armábamos las listas para competir contra nuestros eternos rivales, los "perros patria-rojas", algo así como los Cobra Kai de Karate Kid; él era el más esforzado militante-proselitista. 

Si había que subirse al astado mayor para colgar la banderola de guerra, lo hacía con agilidad gatuna. Si debía repartirse los volantes de campaña, en la puerta principal de la U, estaba él, siempre listo, con manos de pulpo y una sonrisa Kolinos en la boca Si cada uno debíamos recolectar cien firmas, él venía con doscientas. Beto era, pues, el comando-hormiga del grupo, tanto así que lo “condecoramos” con la honrosa misión de custodiar los bienes logísticos de la campaña electoral. 

Para armar la gigantesca bambalina del amor, no fue necesario que Beto compre la tela. Cogió la más reluciente de todas las que guardábamos en su casa. Durante la madrugada, metió mano a las tijeras y pegamentos, solo, y dibujó aquellas redondeadas letras de papel. Con la primeras luces del nuevo día y ayudado por su pequeño sobrino, Beto Jr., cargó toda la parafernalia rumbo a la U, como quien alza el velamen de una barca que se lanza a la mar. No pidió permiso. Los vigilantes de la U, acostumbrados a las bravatas de los estudiantes, no se hicieron paltas con él. Y subió al tercer piso de la Facultad de educación, sonriente y feliz.

Al fin del día, cuando el noticiero local de ATV abrió los titulares de la jornada, el locutor, con la voz engolada, informó:

Y el día del amor, el día de San Valentín, no pasó desapercibido para las parejitas arequipeñas. En la UNSA, desde muy temprano, apareció esta dulce declaración de amor: "Rocío, ha sido maravilloso haberte conocido". 

Mientras las cámaras hacían un primer plano a la pancarta, el locutor agregó:

Que viva el amor, que viva San Valentín. ¡Felicidades, Rocío!, las románticas y los románticos seguro te estarán envidiando. 

Por supuesto que Iván, Vladimir, Leo, Félix, Oscar y yo, no envidiábamos a nadie. Nos jodía que fuera la antipática Rocío quien traía loco a nuestro Beto, el talibán enamorado.

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