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VIGIL Y EL CASO MORTARA ¿POR QUÉ EL PAPA PÍO IX ORDENÓ EL SECUESTRO DE UN NIÑO JUDÍO?

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A media mañana del 30 de mayo de 1808, el virrey Fernando de Abascal abrió las puertas del primer gran cementerio general de Lima: el Presbítero Maestro. La edificación se alzó en los extramuros de la ciudad, porque enterrar a los muertos en las criptas y catacumbas de las iglesias ya era un problema de salud pública: el mal olor se combatía con incienso, pero las enfermedades concomitantes no. En aquellos días el recinto mortuorio pertenecía a la iglesia y estaba bajo la jurisdicción eclesiástica. Constituía un privilegio, casi un premio, que los restos de cualquier mortal rep osen allí, pues revelaba la buena conducta que había profesado el difunto durante su vida terrenal. Para gozar el descanso eterno en aquel recinto, el arzobispado de Lima emitía la denominada Boleta eclesiástica, certificando que el difunto “había muerto en gracia de Dios, libre de todo pecado mortal”. Este hecho era una manifestación de los fueros que la Iglesia Católica defendía de manera enérgica ante los