El "Che" de las Ramblas
Fidel Castro está enfermo. El “Che Guevara” goza de buena salud, y vive en Barcelona. Viste traje militar verde olivo, con la fornitura y los borceguíes de rigor. Todos los días se instala en el paseo de Las Ramblas. Y, echando un vistazo al vacío, posa inmóvil sobre un cajón de madera, mientras los curiosos le rodeamos. ¡Es una estatua viviente!
Cuando algunos euros tintinean en la vasija que yace a sus pies, se agita como un robot en señal de agradecimiento. Y comienza a declamar fragmentos de un encendido discurso revolucionario, que concluye con la famosa arenga, convertida en grito de guerra, “¡Hasta la victoria, siempre…!”
El Che “bamba” luce una boina negra, adornada con una estrellita solitaria. Su nariz es recta. Lleva la barba ligeramente crecida y rala. Las facciones de su rostro y la contextura de su cuerpo guardan un extraordinario parecido con quien en vida fue Ernesto Guevara La Serna, el guerrillero que la generación de los sesenta veneró con devoción religiosa. A casi cuarenta años de su sentida muerte, en la selva boliviana, me sorprende ver en las tierras de don Quijote y Sancho Panza a la copia humana del compañero de armas de Fidel y Camilo.
Se podría decir que las Ramblas, emblemático paseo peatonal de Barcelona que une a la plaza Catalunya con el Puerto Antiguo de la ciudad condal, es un fresco digno de un Miguel Ángel Buonarroti. Aquí, tras magistrales pinceladas, emergen simpáticas escenas que identifican a los habitantes de esta metrópoli. En este lugar, al lado de kioscos de periódicos y revistas, cafeterías y restaurantes al paso, puestos de flores y pájaros exóticos, músicos y pintores callejeros; trabaja Rubén Pérez, el Che “bamba”.
También es argentino. Es un “Che” muy bien informado, ha leído casi todo cuanto se ha escrito sobre el Che verdadero. Tras cinco años de investigación sobre la vida del ícono de la revolución cubana, tarea que lo llevó por infinidad de lugares y situaciones –según refiere–, ha tenido la gracia (suerte, tal vez ha querido decir) de juntar vocación (difundir el pensamiento de Che Guevara) y trabajo (ser su estatua viviente).
No es la primera vez que me cruzo con él. Habitualmente, luce amable y cordial. No cobra entrada por dejarse ver. Pero, ya que “representar” al original es su medio de vida, no admite injusticias. Y menos, que no se le abone algún euro por las fotos que se le tome, bajo apercibimiento de alzar su voz de protesta y, a caso –pienso–, de retomar las armas.
La estatua viviente del Che Guevara no es la única que se exhibe. En Las Ramblas hay otras que representan a diversas figuras o personajes. Con sol o frio, ataviados con prendas esotéricas o costumbristas, untados de blanco, sepia o dorado, aquí están, dando colorido y sabor a este bullicioso paisaje turístico.
No todo lo que se ve aquí es loable. Leo en el diario que el Ayuntamiento de Barcelona acaba de anunciar que, a partir del 1º de enero, quedará prohibida la venta de animales exóticos en esta vía. Y, que también está contemplando la posibilidad de someter a una “prueba de calidad artística” a las estatuas vivientes que pretendan instalarse en esta zona. Sospecho que la del Che Guevara pasará con indiscutida suficiencia ese control.
La estatua viviente del Che Guevara destaca con nitidez. Es quien más monedas recibe, y quien mayores controversias provoca. Nadie que pase por aquí puede dejar de verlo. Y sonreír en señal de simpatía. O fruncir el seño como expresión de contrariedad ideológica. Tal vez, la única que le hace sombra en originalidad es la estatua de bronce de Cristóbal Colón, que se yergue sobre una majestuosa base de granito, y una robusta columna de metal de cincuenta metros de altura, en la salida del tramo final de Las Ramblas, frente al mar que los griegos y egipcios de la antigüedad navegaron con vigor.
Para contemplar al marino es necesario levantar la cabeza, casi mirar al cielo. Sólo así me doy cuenta que está señalando al mar con el índice de su mano derecha. Tal vez –pienso–, apunta en dirección a la senda que lo llevó a las supuestas Indias orientales, en el año 1,492. Pero, me equivoco. Barcelona está situada a orillas del mar Mediterráneo. Y desde aquí, siguiendo la línea que sugiere el dedo del navegante, nunca se llegará al continente americano. Sino a Italia o, más preciso, a Génova. ¿Será que Cristóbal Colón quiere retornar a su terruño?
De algún modo, tirios y troyanos siguen matando o resucitando al Che Guevara original. Es su herencia lo que les acomoda o disgusta. Desde que tengo uso de razón, no he cesado de ver, escuchar y leer referencias a él. Es claro que su figura sigue viviendo para quienes sueñan con un mundo más justo y libre. Y, continúa muriendo para quienes sólo representa a una facción de las ovejas negras de la sociedad.
Por su parte, Rubén Pérez, el “Che” de las Ramblas, sigue disfrutando, feliz y contento, de su porción de la herencia guevarista. Mientras tanto, en calles, universidades o discotecas, muchos jóvenes continúan luciendo polos, tatuajes, llaveros y otros adminículos alegóricos al Che Guevara en señal de rebeldía o actitud contestataria. Otros, habitúes del consumismo carroñero (heredero ilegítimo del Che Guevara), persisten en llevarlo como un personaje “light” o “cero calorías”. Y no tienen (ni tendrán) empacho en seguir portando su imagen, la magistral foto de Korda (El Che mirando con decisión al infinito), como un detalle chic y vanidoso.
Cuando algunos euros tintinean en la vasija que yace a sus pies, se agita como un robot en señal de agradecimiento. Y comienza a declamar fragmentos de un encendido discurso revolucionario, que concluye con la famosa arenga, convertida en grito de guerra, “¡Hasta la victoria, siempre…!”
El Che “bamba” luce una boina negra, adornada con una estrellita solitaria. Su nariz es recta. Lleva la barba ligeramente crecida y rala. Las facciones de su rostro y la contextura de su cuerpo guardan un extraordinario parecido con quien en vida fue Ernesto Guevara La Serna, el guerrillero que la generación de los sesenta veneró con devoción religiosa. A casi cuarenta años de su sentida muerte, en la selva boliviana, me sorprende ver en las tierras de don Quijote y Sancho Panza a la copia humana del compañero de armas de Fidel y Camilo.
Se podría decir que las Ramblas, emblemático paseo peatonal de Barcelona que une a la plaza Catalunya con el Puerto Antiguo de la ciudad condal, es un fresco digno de un Miguel Ángel Buonarroti. Aquí, tras magistrales pinceladas, emergen simpáticas escenas que identifican a los habitantes de esta metrópoli. En este lugar, al lado de kioscos de periódicos y revistas, cafeterías y restaurantes al paso, puestos de flores y pájaros exóticos, músicos y pintores callejeros; trabaja Rubén Pérez, el Che “bamba”.
También es argentino. Es un “Che” muy bien informado, ha leído casi todo cuanto se ha escrito sobre el Che verdadero. Tras cinco años de investigación sobre la vida del ícono de la revolución cubana, tarea que lo llevó por infinidad de lugares y situaciones –según refiere–, ha tenido la gracia (suerte, tal vez ha querido decir) de juntar vocación (difundir el pensamiento de Che Guevara) y trabajo (ser su estatua viviente).
No es la primera vez que me cruzo con él. Habitualmente, luce amable y cordial. No cobra entrada por dejarse ver. Pero, ya que “representar” al original es su medio de vida, no admite injusticias. Y menos, que no se le abone algún euro por las fotos que se le tome, bajo apercibimiento de alzar su voz de protesta y, a caso –pienso–, de retomar las armas.
La estatua viviente del Che Guevara no es la única que se exhibe. En Las Ramblas hay otras que representan a diversas figuras o personajes. Con sol o frio, ataviados con prendas esotéricas o costumbristas, untados de blanco, sepia o dorado, aquí están, dando colorido y sabor a este bullicioso paisaje turístico.
No todo lo que se ve aquí es loable. Leo en el diario que el Ayuntamiento de Barcelona acaba de anunciar que, a partir del 1º de enero, quedará prohibida la venta de animales exóticos en esta vía. Y, que también está contemplando la posibilidad de someter a una “prueba de calidad artística” a las estatuas vivientes que pretendan instalarse en esta zona. Sospecho que la del Che Guevara pasará con indiscutida suficiencia ese control.
La estatua viviente del Che Guevara destaca con nitidez. Es quien más monedas recibe, y quien mayores controversias provoca. Nadie que pase por aquí puede dejar de verlo. Y sonreír en señal de simpatía. O fruncir el seño como expresión de contrariedad ideológica. Tal vez, la única que le hace sombra en originalidad es la estatua de bronce de Cristóbal Colón, que se yergue sobre una majestuosa base de granito, y una robusta columna de metal de cincuenta metros de altura, en la salida del tramo final de Las Ramblas, frente al mar que los griegos y egipcios de la antigüedad navegaron con vigor.
Para contemplar al marino es necesario levantar la cabeza, casi mirar al cielo. Sólo así me doy cuenta que está señalando al mar con el índice de su mano derecha. Tal vez –pienso–, apunta en dirección a la senda que lo llevó a las supuestas Indias orientales, en el año 1,492. Pero, me equivoco. Barcelona está situada a orillas del mar Mediterráneo. Y desde aquí, siguiendo la línea que sugiere el dedo del navegante, nunca se llegará al continente americano. Sino a Italia o, más preciso, a Génova. ¿Será que Cristóbal Colón quiere retornar a su terruño?
De algún modo, tirios y troyanos siguen matando o resucitando al Che Guevara original. Es su herencia lo que les acomoda o disgusta. Desde que tengo uso de razón, no he cesado de ver, escuchar y leer referencias a él. Es claro que su figura sigue viviendo para quienes sueñan con un mundo más justo y libre. Y, continúa muriendo para quienes sólo representa a una facción de las ovejas negras de la sociedad.
Por su parte, Rubén Pérez, el “Che” de las Ramblas, sigue disfrutando, feliz y contento, de su porción de la herencia guevarista. Mientras tanto, en calles, universidades o discotecas, muchos jóvenes continúan luciendo polos, tatuajes, llaveros y otros adminículos alegóricos al Che Guevara en señal de rebeldía o actitud contestataria. Otros, habitúes del consumismo carroñero (heredero ilegítimo del Che Guevara), persisten en llevarlo como un personaje “light” o “cero calorías”. Y no tienen (ni tendrán) empacho en seguir portando su imagen, la magistral foto de Korda (El Che mirando con decisión al infinito), como un detalle chic y vanidoso.
Comentarios
Bonita cronica. Lucia
bso
y no solo fisico tambien ideologico, ja ja ja i,imagino que algunos si se asustaron al imaguinar a un fantasma
cleydy
En cuanto a tu articulo...no entendí bien si nos hablaste del artista en sí o el consumismo jejeje.
Gracias por pasar a "mi remedo de blog". Prometo leer toda tu página.
Miles de besos. :D
gracias por la visita.
pero evita no acelarme el corazon creyendo q el che aun vive cuando para crei encada uno de sus ideologias..
Cariños,