“Tula Rodríguez no sólo sabe sonreír”


Me encontraba a bordo del avión Airbus 318, en el asiento 6-A. A través de la ventanilla, contemplaba a los pasajeros. En desordenada fila india, subían por las escalinatas. En esa misma dirección, al fondo, en la pista de aterrizaje, observé a una chiquilla. Distraída y sin prisa, se acercaba al avión. Pronto la vi con claridad. Era muy delgada, vestía chaqueta y pantalón Jean. La cabellera, larga y lacia, no sólo le cubría las mejillas sino, además, se extendía sobre sus hombros. Es una niña ¡y camina sola!, pensé preocupado. Y me olvidé de ella.

Asestándome un empellón en el hombro, alguien se había instalado en el asiento contiguo al que yo ocupaba. Era un viejo. Le mire molesto, sin decirle palabra alguna. Él ni se inmutó. De improviso, en la estrechez de su espacio, se levantó para quitarse la casaca. Así lo hizo, no sin antes, muy fresco él, pasarlo sobre mi cara. Fue demasiado. Estuve a punto de explotar, pero la voz chillona de una señora me detuvo:

­— ¡Tula Rodríguez, Tulita, Tulita!

Levanté la vista. Esa voz se dirigía a la “chiquilla” que, antes, había divisado caminando sola en la pista de aterrizaje. Sí, era ella, con la misma indumentaria. Vi su semblante. No, no es Tula Rodríguez, no se le parece en nada, pensé dubitativo. De pronto, enseñando los dientes, ese rostro dibujó una sonrisa. Y de la nada, instantáneamente apareció la faz de la popular vedette. Si, ahora sí, de carne y hueso (aunque más hueso que carne), la reconocí: era la famosa Tula Rodríguez.

Así conocí, vestida de cuerpo entero, a Tula Rodríguez, hace más de cinco años. Todavía era una más de aquellas chicas, que en seductoras tangas y a través de las carátulas de los diarios chicha, exaltaban la libido de los “sufridos peruanos”.

Al llegar a nuestro destino, en el aeropuerto de Tacna, la volví a ver. Estaba sola. Como todos, esperaba sus maletas en el ambiente de la faja transportadora de equipajes. La miré. Su semblante expresaba una seriedad inusitada. Y una vez más, me pareció que no correspondía al de la Tula que todos conocíamos.

Se le acercó un jovencito. Le pidió tomarse una foto. Con la faz imperturbable y casi instintivamente, ella dijo:

— Ya.

Se acomodaron. En el acto posaron para la cámara, que otro muchacho ya la tenía en ristre. Él, apegándose, la abrazó por el hombro. Ella, situando un pie delante del otro, sonrió. Y fue sólo en ese instante, junto al clic y flash de la foto, que de nuevo aparecieron los rasgos faciales e inconfundibles de Tula Rodríguez. Concluida la sesión fotográfica, se esfumó.

Aquellas escenas me dejaron confundido Por un lado, tuve la sensación que “la Tula Rodríguez” no existía realmente, que era un producto más del mercado, creado sólo para saludar, al paso, a incautas señoras y, además, para posar por fracciones de segundo, con ropa o con tanga, ante el morboso público masculino. No encontraba otra explicación para ese contraste de rostros que, sin querer, desfilaron ante mis ojos.


Después, camino a casa, fijando estos recuerdos, se me ocurrió que mi juicio sobre Tula Rodríguez era, tal vez, demasiado duro. Puede ocurrir que la sonrisa es la única forma de agradecer al público que ella conoce; o que sonreír es un deber para ella; o que, cada vez que toma contacto con el público, sólo sabe sonreír. No lo sé.

Ha pasado el tiempo. Tula Rodríguez ha colgado las plumas y lentejuelas. Ahora la veo en la televisión, transformada en conductora de un espacio del medio día para señoras y señorones. Curiosamente, el nombre del programa evoca la presencia de un grupo militar de aniquilamiento selectivo.

La cámara le hace un primer plano. Llevando el micrófono de una mano a la otra, y gesticulando en exceso, Tula Rodríguez lanza un discurso a la nación. Con el rostro adusto en algunos momentos, y sonriente en otros, dice:

— Tres años atrás, más o menos, me fui al ginecólogo. Y mi doctor (…) me dijo que yo no podía ser mamá. Y ese día, para mí, fue, ay…, me marcó (…) Creía que no podía ser mamá. Ay…, no quiero ni llorar porque es lo más lindo que me está pasando en la vida… Hace algunas semanitas, ups, problemas, dije: no me viene mi ciclo, ¿qué esta pasando? Obviamente, yo pensé que no podía hacerlo. Y como adulta y como adulto, con Javier, nos cuidábamos porque era parte de. A que no saben: ay, ay…, voy a ser mamá… —agrega tapándose la boca—. Y soy la mujer más feliz del mundo…

La escucho perplejo. Antes había dado explicaciones sobre su relación afectiva con el padre de su futuro bebé, a quien conoció solo, sin pareja, no obstante que permanece casado con la no menos famosa Gisela Valcárcel. La veo dando más explicaciones, intentando negar la existencia de algún triángulo amoroso. Pero, ese es un tema que no me interesa. La gente es libre de hacer lo que mejor le parezca. Pero, hay algo que sí me llama la atención: ¿Sí el ginecólogo le dijo a Tula que no podía ser mamá, entonces, por qué se cuidaba? ¿No será que, en realidad, el ginecólogo nunca le negó la posibilidad de ser mamá? De ser cierta esta versión, ¿por qué no se cuidaba? Porque quería ser mamá, pues, dirán algunos. ¿Pero, fue sólo por eso?
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El mensaje de Tula Rodríguez aquí:

Comentarios

Enrique dijo…
Mi querido amigo: la dialéctica subliminal carece de explicación y objeto, y pretender sacar conclusiones de lo subjetivo de las apreciaciones - explicaciones de terceros deviene en cosa de oligofrenicos... Creo que hay que dejar a Tulita Rodriguez con su agradable sonrisa y desenfado al posar para las fotos de sus gentiles admiradores, más no podemos pedir, salvo mejor parecer.
Anónimo dijo…
TULA ESTAS HERMOSA

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