Recuperemos el Morro

—Papá, ya
tengo un puñado en el bolsillo. Mauricio, también. Te toca a ti —me dice Miluska
al oído, mientras sus ojitos brillan con inocencia, en la cima del morro de
Arica.
Habíamos
llegado el día anterior. La ilusión por éste viaje de Miluska y Mauricio, mis pequeños
hijos, había sido inquietante. En Tacna, prepararon sus maletines hasta muy avanzada
la noche.
— ¿A qué
hora partiremos mañana, papá? —me preguntaba Mauricio, insistente.
—Muy temprano, a las seis. —le respondía.
—Pondré el reloj despertador para las cinco —acotaba Miluska, muy
diligente.
Al día
siguiente, antes de las seis de la mañana, en el terminal internacional de
Tacna, los conductores de los automóviles que prestan servicio a Arica nos abordaron.
Ofrecían llevarnos inmediatamente. Alegaban que con dos pasajeros más, sus
máquinas partían en el acto. Decidimos subir a uno de ellos.
Iniciado el
trayecto, pegados a la ventana y a más de ciento veinte kilómetros por hora, veíamos
discurrir a los arbolitos de la carretera panamericana, en las afueras de
Tacna. Más adelante, el aeropuerto. CETICOS. El cruce de la línea del tren. Los
reducidos campos de cultivo. Y ya en pleno viaje, los desérticos arenales.
Luego de
traspasar los controles fronterizos de Santa Rosa (Perú) y Chacalluta (Chile),
llegamos a nuestro destino.
— ¿Dónde está el morro de Arica, papá? —me preguntó Miluska tan
pronto pisamos suelo chileno.
—Calma, hoy es día de competencia. Mañana visitaremos ese lugar
—le respondí, acariciando su rizada cabellera.
Ciertamente,
el objeto de nuestra estancia era participar en el campeonato de kárate organizado
por el Colegio Alemán de Arica.
Enrumbamos
al gimnasio Augusto Subire, más conocido como Epicentro II, pequeño pero
acogedor coliseo.
La
competición estuvo muy animada.
Participaron
más de ciento cincuenta deportistas en las modalidades de kata y kumite. Además
de los deportistas locales, estaban los que llegaron desde Iquique e, inclusive,
Santiago de Chile. Por nuestra parte, no éramos los únicos peruanos. Formábamos
parte de la delegación de la Liga de Kárate de Tacna, integrada por los clubes
«Sakura Shotokan» y «Zembukan» cuyos instructores, senseis, Maya Villafuerte y
Claudio Álvarez, nos acompañaban. También divisamos a los integrantes de la
Liga Distrital de Gregorio Albarracín de Tacna y de Mariano Melgar de Arequipa.
A mis
pequeños no les fue mal. Miluska, espigada como una gacela, de once años de
edad, obtuvo el primer puesto en kumite y el tercero en kata. Mauricio, con estampa
de karateca en formación, nueve años de edad, logró el segundo en kata.
Al día
siguiente, una vez concluida la competición, decidimos dar una vuelta por la ciudad.
Miluska miraba con desconfianza cada ventana, cada calle, cada
lugar de Arica. Mauricio, más bien distraído, buscaba con los ojos un lugar
dónde expendieran helados (me había pedido le compre uno).
—Todo esto era de nosotros, los peruanos, papá —me ilustraba a su
modo Miluska—. Los chilenos nos lo quitaron, papá —se quejaba con inocultable resentimiento.
Yo trataba
de sustraerla de aquellos pensamientos. Intentaba explicarle que esos recuerdos
era parte de la historia, que ahora debíamos pensar en el presente y el futuro
del Perú.
Esas cosas
intentaba revelarle tratando de dar racionalidad a lo irracional, pues, finalmente,
¿cómo un niño puede entender la mutilación de su terruño a manos de un vecino invasor?
Decidimos
abordar un taxi para hacer una visita al histórico “Morro de Arica”.
Es una colina rocosa de aproximadamente ciento treinta metros de
altura. Desde allí, se contempla el mar, el puerto y la ciudad. Sus faldas
están parcialmente rodeadas por una moderna autopista. Al pisar sus polvorientos
suelos, imagino los instantes de la batalla de aquel siete de junio del año
1880 donde, tras la caída del coronel Francisco Bolognesi y sus valientes
soldados, Tacna, y en general el Perú, quedó en manos de los chilenos invasores.
Veo a
Miluska y Mauricio recorriendo velozmente aquella cima. Alzan los brazos cual
aves en pos de levantar vuelo. Corren. Se detienen. Corren, otra vez. Se arrodillan
frente a frente, algo comentan entre sí. Tocan el suelo, por aquí, por allá...
Los pierdo
de vista.
Me
distraigo contemplando la plazoleta con los monumentos que, en esa cumbre,
evocan la infausta guerra y donde la bandera chilena flamea imperturbable.
Súbitamente,
el trote de mis hijos que retornan a mi lado me sobresalta.
—Papá, ya tengo un puñado en el bolsillo. Mauricio, también. Te toca
a ti —me susurra jadeante Miluska.
— ¿Cómo...? ¿Qué tienen en los bolsillos…? —le pregunto
desconcertado.
Presurosa mira en todas direcciones.
Se levanta
sobre la punta de sus pies.
Se acerca a
mí. Y a media voz me dice al oído:
—Tenemos un puñado del “Morro de Arica” en los bolsillos.
— ¿Cómo es eso?» —le repregunto confundido.
—Es que estamos recuperando el “Morro de Arica”, papá. De a
pocos... En los bolsillos, viaje tras viaje, lo llevaremos a Tacna, papá —me
dice Miluska, risueña y con sus ojitos encendidos.
La miro con
infinita ternura. Igual a Mauricio, por su inocente sonrisa me doy cuenta que
también está embarcado en esta «operación rescate».
Quedo ensimismado.
No puedo
dejar de sentir alegría y penan al mismo tiempo. Ojala muchos de nosotros, los
peruanos adultos, profesáramos siquiera una gota de ese candor y de esa bella
decisión.
Comentarios
Lucia
Miluska
Al margen de la vivirl y heroica respuesta de Bolognesi, jamas, ningun peruano por ningun motivo debe olvidar que Arica fue usurpada, que con malas artes los chilenos se quedaron con ella.
Algo parecido sucedio conmigo en mi infancia. En mi colegio organizaron un viaje de excursion al Morro, pero yo renuncie a el, por ningun motivo quise ir, y cuando me convencieron de que vaya, me presente con mi fusil de madera.
O voy con mi fusil o no voy , les dije a mis padres.
Por eso no Fui.
Ya han pasado mas de 15 años desde esa vez y desde entonces jamas se me ha pasado por la cabeza ir a Arica, tal vez algun dia vaya, pero exigire que sea con mi fusil, auqnue esta vez, este no sera de madera.
Si van a morir pensando en recuperar Arica, NUNCA van a progresar como país.
Sigan con sus amarguras, mientras en Chile seguiremos creciendo y en pocos años mas seremos un país desarrollado.
besos a tus hijos.
Bye, amigo suprimido.
El hombre esta en un alto nivel al momento de crear quimeras, no obstante; ellas sirven de base para que las futuras generaciones revivan el espíritu de identidad nacional, pues así como usted ahora pasa a ser con vuestros crónicas un eslabón entre lo irreal y lo real, mas delante otros lo integraran como parte de si y obviamente como una realidad.
El hombre esta en un alto nivel al momento de crear quimeras, no obstante; ellas sirven de base para que las futuras generaciones revivan el espíritu de identidad nacional, pues así como usted ahora pasa a ser con vuestros crónicas un eslabón entre lo irreal y lo real, mas delante otros lo integraran como parte de si y obviamente como una realidad.