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Mostrando las entradas de 2008

Jo-jo-jo-jo...

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El pavo de navidad me está mirando. Dentro de una bolsa de plástico, yace sobre la mesilla de la cocina. Dice que tiene nueve kilos de peso. ¿De carne o de hielo? No lo sé. A su lado se yergue una cristalina botella de pisco, y un par de jeringas hipodérmicas, que lo acompañan, parecen decir “¡Tengo sed!”. Más allá, con un talante más bien tristón, están diseminados un manojo de pasas y castañas. Especias convertidas en polvitos multicolores salpican aquel escenario. Junto a ellos, un cuarto de kilo de carne molida de res y otro tanto de cerdo se aprestan a dar su cuota para que, a la media noche y con unos villancicos acariciándonos los oídos; el ave de la nariz colgante regale a nuestros paladares sus deliciosos sabores. Pero, a diferencia de años pasados, cuando las campanas anuncien el nacimiento del niño Dios, no habrá cajitas de regalos bajo el árbol de navidad. ¿Por qué? Cierta vez, Miluska, mi encantadora hija, me preguntó si, de verdad, Santa Claus existía. También, si era ci

El alien que llevamos dentro

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Todos llevamos un alien dentro. Se oculta entre los miles de millones de células que habitan en nuestro cuerpo. Cual “fedayín” fundamentalista, porta una mortal bomba de tiempo en la mochila. Cuando la activa, por alguna extraña razón y sin que nuestro cuerpo lo requiera, provoca la modificación genética de alguna célula sana, y su crecimiento desquiciado y sin control. El sólo hecho de evocar su nombre, provoca temor: se llama cáncer. Es un alien perverso. Agazapado, espera durante años la ocasión para activar su letal carga. Así ocurrió con mi madre, Victoria, hace dos décadas. De improviso, cayó bajo sus garras cuando, llena de vida e ilusiones, apenas asomaba a los cuarenta y seis años de edad. En una ocasión viajó a Cusco, lo recuerdo como si fuese ayer. A los dos días estuvo de vuelta en casa. ¿Qué había ocurrido? Sólo dijo que, sorpresivamente, sintió mareos, que sentía caer su cuerpo por el lado derecho. Pensó que era el mal de altura. Fue al médico. Luego de examinarla, le ord

El pollo a la brasa

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Mientras con Miluska, mi pequeña hija, nos aprestamos a saborear el primer bocado de este suculento pollo a la brasa, en el “Norky’s” del Centro Comercial Risso; en alguna granja del sur de Lima cientos de pollos han sido alineados pico abajo sobre un cordón de metal. Acaban de cumplir los treintaicinco días de vida. Vivitos y suspendidos de las patas, esperan su turno para ser degollados. Ocho horas antes de recibir el certero tajo que les seccionará la yugular, probaron sus alimentos por última vez. La muerte no le puede llegar antes: el intestino conservaría material orgánico, y contaminaría el proceso de sacrificio. Tampoco, después: la mucosa intestinal desaparecería, y el intestino se rompería con facilidad durante la evisceración. Como se ve, la “última cena” de los pollos ha sido rigurosamente prefijada. La espera del cuchillazo tampoco estuvo librada al azar. Aún alborotados, fueron acogidos en un ambiente ventilado y bajo sombra. Es indispensable este confort porque las altas

El "Che" de las Ramblas

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Fidel Castro está enfermo. El “Che Guevara” goza de buena salud, y vive en Barcelona. Viste traje militar verde olivo, con la fornitura y los borceguíes de rigor. Todos los días se instala en el paseo de Las Ramblas. Y, echando un vistazo al vacío, posa inmóvil sobre un cajón de madera, mientras los curiosos le rodeamos. ¡Es una estatua viviente! Cuando algunos euros tintinean en la vasija que yace a sus pies, se agita como un robot en señal de agradecimiento. Y comienza a declamar fragmentos de un encendido discurso revolucionario, que concluye con la famosa arenga, convertida en grito de guerra, “¡Hasta la victoria, siempre…!” El Che “bamba” luce una boina negra, adornada con una estrellita solitaria. Su nariz es recta. Lleva la barba ligeramente crecida y rala. Las facciones de su rostro y la contextura de su cuerpo guardan un extraordinario parecido con quien en vida fue Ernesto Guevara La Serna, el guerrillero que la generación de los sesenta veneró con devoción religiosa. A casi

Quién eres, pe

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Ha caído la tarde y sobre ella, la noche. Estoy con Amanda en el apacible y acogedor café-literario “Zeit”. Vengo a escuchar a los jóvenes escritores y poetas, que cada fin de semana se dan cita aquí, a saber de las musas que en ellos habitan, y a tomar nota de las cosas que se traen entre manos. Algunas veces comparto con ellos la mesa. Otras, les escucho en el proscenio donde, gracias a la buena voluntad de Klaus (dueño de este local), a través de una entrevista y acompañados de una cerveza alemana, dan rienda suelta a sus fantasmas. Hoy viernes, por ejemplo, es grato saber de Mario Carazas, ganador de los concursos de poesía 1999 y 2000 de la Casa del Poeta, y segundo lugar en el concurso de poesía 2006 del Gobierno Regional de Tacna. Asimismo, de Augusto Toledo, reciente triunfador del concurso de poesía 2008 del Gobierno Regional de Tacna. Un gordito, de andar desarreglado y cabello crecido, es quien promueve y conduce las tertulias. Hace el esfuerzo, hay que reconocerlo. Pero, co

Candidato a la presidencia

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A la distancia, en medio de la muchedumbre, diviso a Carlos. Avanza con la mirada perdida en el horizonte. Su caminada, chueca y apurada, es inconfundible. Luce desarreglado y sucio. Tiene el rostro castigado por el sol, la barba crecida, el cabello despeinado, y la camisa fuera del cinto. En la mano, pegado al pecho, porta un libro con empaste de cartón. Me detengo para saludarlo. Cruza delante de mí. No me mira. Carlos fue mi amigo. No sé cuándo llegó al barrio. Sólo recuerdo que, siendo adolescentes, cual ave fugaz aparecía en el parque. En esas ocasiones, en silencio se acercaba al grupo. Tan pronto advertíamos su presencia, “llegó el loco”, alguien decía. Y comenzaban la mofa y los improperios contra él. Y en el rostro del pobre Carlos se dibujaba un gesto de fastidio y humillación. Sin embargo, allí permanecía, quieto y sólo contra el mundo, como un poste de alumbrado público. Yo no gozaba ni reía. Pero tampoco tenía valor para defenderlo. Otras veces, por las noches, le encontra

Esa revista prohibida

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Mi profesora de Geografía era una señora algo pasadita de peso y de años. Cada vez que recibo la visita de su imagen, la veo enfundada en alguno de sus ceñidos pantalones. Esas prendas dibujaban groseramente toda su humanidad. Lucy era su nombre, la profe Lucy. A las diez de la mañana se aparecía en el primer año de secundaria, sección C, mi salón. —Buenos días… —saludaba instalándose en el pupitre. Y sus alumnos le respondíamos al unísono con un sonoro “¡Buenos días, profesora!”, mientras nos parábamos como eyectados del asiento de un avión de combate. La voz de la profe Lucy era chillona. Su rostro nunca ensayaba una sonrisa. Usaba lentes de carey, con lunas oscuras y grandes, que no se los quitaba ni cuando el Sol se había marchado del firmamento. Así, la dirección de su mirada siempre era un misterio. Después de disponer “Tomen asiento”, se dedicaba a buscar en su cartera. Nunca supimos qué. Acto seguido, nos ordenaba sacar el cuaderno. Se paraba lentamente, y empezaba a caminar. L

Mi adorado Hotmail

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Acabas ingresar a una cabina pública de internet. Ves al administrador. Está concentrado frente a una computadora, al lado de la puerta principal. Ahora se ha dado cuenta de tu presencia. Levanta la cabeza y te regala una mirada lánguida. ¿Son sus ojos o la pantalla plana del monitor?, te preguntas. No te interesa dilucidar esa duda. El local es un cuchitril. A la derecha se alinean una saga de cubículos de media altura. El hacinamiento de objetos y personas que allí cohabitan te sugiere que acabas de ingresar al pabellón de un centro penal. Más aún, cuando se te ocurre que aquellos habitantes están atados a esas máquinas a través del "inofensivo" mouse, sin posibilidad ni voluntad de escapar (lo que es peor). Sabes que en las siguientes horas tú también formarás parte de ese ejército de presos voluntarios. Estas dispuesto a pagar uno, dos, tres, o más nuevos soles por la carcelería. No te importa. Eres una víctima “adquisitiva”, es decir, una víctima que quiere ser víctima.

“Tula Rodríguez no sólo sabe sonreír”

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Me encontraba a bordo del avión Airbus 318, en el asiento 6-A. A través de la ventanilla, contemplaba a los pasajeros. En desordenada fila india, subían por las escalinatas. En esa misma dirección, al fondo, en la pista de aterrizaje, observé a una chiquilla. Distraída y sin prisa, se acercaba al avión. Pronto la vi con claridad. Era muy delgada, vestía chaqueta y pantalón Jean. La cabellera, larga y lacia, no sólo le cubría las mejillas sino, además, se extendía sobre sus hombros. Es una niña ¡y camina sola!, pensé preocupado. Y me olvidé de ella. Asestándome un empellón en el hombro, alguien se había instalado en el asiento contiguo al que yo ocupaba. Era un viejo. Le mire molesto, sin decirle palabra alguna. Él ni se inmutó. De improviso, en la estrechez de su espacio, se levantó para quitarse la casaca. Así lo hizo, no sin antes, muy fresco él, pasarlo sobre mi cara. Fue demasiado. Estuve a punto de explotar, pero la voz chillona de una señora me detuvo: ­— ¡Tula Rodríguez, Tulita,

Ada, el renacer de una estrella

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Al filo de la media noche y antes de subir al escenario, Ada está de miedo. En breves segundos y a través de aquellas torres de sonido, anunciarán su nombre. Y Ada Chura, después de cuatro años de ausencia, se reencontrará con su público. Siente una leve sequedad en la boca. Se acomoda la blusa, los aretes. Ahora, las botas. Lo hace con fascinación casi maníaca. Siente temor. Así fue desde su debut en el olvidado pueblo de Pichanaki de la selva central, en octubre de 1999, cuando se presentó como “telonera” del grupo boliviano “Enlace”. Lo mismo ocurrió en el estadio de Guadalupe de la panamericana norte, en Lima, apenas tres meses después, cuando ya en el pináculo de la fama y ante más de treinta mil almas embriagadas; recibió el nuevo milenio, codo a codo, al lado de los afamados “Agua Marina”. “¡Señoras y señores…!”, se oye decir a través de los altoparlantes. Y Ada, al pie de la escalinata que la devolverá ante su público, está hecha un manojo de nervios. Ni en Huancayo donde hoy s

Especie en extinción

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“Siento que me estoy extinguiendo…”, me confiesa Alberto exhalando un profundo suspiro. “No sé qué hacer” agrega con la mirada perdida en el concurrido restaurante del aeropuerto Jorge Chávez, en Lima. Me sorprende. No imagino el porqué de aquellas palabras. Con Alberto compartí las aulas universitarias. Desde esos días Alberto era dueño de una personalidad auto-afirmativa y machista. Al paso de los años, nos graduamos de Abogados simultáneamente. Tiempo después, cada quien contrajo matrimonio. Hoy, sentados alrededor de esta mesa de aluminio y frente a sendas tazas de café, en el segundo nivel del Aeropuerto, la voz de Alberto suena triste y pesimista: “Siento que me estoy extinguiendo...” Alberto siempre pensó que el mundo sólo pertenecía a los varones, que las mujeres eran un complemento decorativo, que eran necesarias para las atenciones ordinarias del hogar, únicamente. Por eso, hace trece años, cuando nació mi hija Miluska y no obstante que él también estaba a punto de ser padre,

Cusco y Francisco Franco

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Decido reposar al filo de este angosto camino, en las alturas de Pisac - Cusco. Sentado sobre un filón de piedra y venciendo el vértigo que sugiere este precipicio, contemplo aquellos andenes incaicos que, en perfecta alineación, descienden hacia el valle. Al fondo, entre el verdor de la campiña, el imponente río Urubamba se desliza cual robusta boa monocromática. Concentrado en este paisaje, siento que alguien cruza a mis espaldas. Tras un breve descanso, decido seguir. Al cabo de unos minutos encuentro un gorro sobre el suelo pedregoso. Debe pertenecer a quien pasó mientras contemplaba el valle, pienso. Lo recojo y continúo. Llego a la cima, a las ruinas. Me detengo en el pequeño “Intihuatana”, émulo diminuto del que existe en Machu Picchu. Advierto la presencia de un solitario turista sentado sobre un muro. Sus ojos vivaces se posan en la prenda que llevo entre manos. “¿Es tuyo?”, le pregunto. “¿Pues, sí?”, me responde con un evidente dejo español. Le entrego. “¿De qué parte de Espa

El tema del verano

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Llegamos a la playa cuando el sol del medio día despliega sus abrasadores rayos. Ni bien detengo el automóvil, saltamos a la arena. A Mauricio, mi pequeño “cachorro”, sólo le interesa ocuparse de la pelota. A Miluska, mi encantadora “princesa”, le basta portar el “mp4”. Amanda y yo protestamos. Finalmente, todos cargamos las sombrillas, toallas y el pesado “cooler”. Las playas de mi infancia fueron territorios mágicos de helados y castillos. Después, en mi primera juventud, de “chelas”, cigarrillos, e infaltables amigos. Pero, sobre todo, fueron zonas de arena, mucha arena, un océano de arena junto al mar. Por eso hoy, en el extremo sur del Perú, padezco en esta playa: rocas allí, rocas allá, y más rocas acullá. El viaje a la playa era una consigna. “Tenemos que ir a la playa, papá”, venía reclamándome Miluska. Ante esa insistencia uno de esos días le inquirí: “¿Por qué?” No creo que sea el simple afán de retozar en la orilla del azulado océano. No. En el verano hay algo más, algo que

Cuando la mùsica empieza, las palabras sobran

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Acaban de presentarme a Irma. Me impresiona su amplia sonrisa y su espigada figura. La contemplo. Es una hermosa joven que aún no debe haber vencido los diecinueve abriles. Nació en Puno. Estudia Derecho. El lago Titicaca la conoció desde pequeña, cuando de la mano de don Gerardo y doña Irma, sus padres, paseaba por el muelle andino. El cerrito de Huacsapata la acogió después. Fue allí donde disfrutó los besos y mimos de un dichoso y adolescente enamorado. ¿Su nombre?, no quiere recordarlo. Hace treinta minutos Irma fue ungida como la “Señorita Centralista – 2008”, en el club de Tiro de Puno que hoy nos cobija. Su elección marcó el inicio de la participación de los “Caporales Centralistas” en las celebraciones de la venerada Virgen de la Candelaria, a quien la devoción popular ha bautizado como La mamita Candelaria, simplemente. Irma forma parte de ésta comparsa de carismáticos danzantes que, acompañados de músicos profesionales, desde hace más de una década engalanan la festividad. Su