Recuperemos el Morro

—Papá, ya tengo un puñado en el bolsillo. Mauricio, también. Te toca a ti —me dice Miluska al oído, mientras sus ojitos brillan con inocencia, en la cima del morro de Arica. Habíamos llegado el día anterior. La ilusión por éste viaje de Miluska y Mauricio, mis pequeños hijos, había sido inquietante. En Tacna, prepararon sus maletines hasta muy avanzada la noche. — ¿A qué hora partiremos mañana, papá? —me preguntaba Mauricio, insistente. —Muy temprano, a las seis. —le respondía. —Pondré el reloj despertador para las cinco —acotaba Miluska, muy diligente. Al día siguiente, antes de las seis de la mañana, en el terminal internacional de Tacna, los conductores de los automóviles que prestan servicio a Arica nos abordaron. Ofrecían llevarnos inmediatamente. Alegaban que con dos pasajeros más, sus máquinas partían en el acto. Decidimos subir a uno de ellos. Iniciado el trayecto, pegados a la ventana y a más de ciento veinte kilómetros por hora, veíamos discurrir a...