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Mostrando las entradas de marzo, 2007

Recuperemos el Morro

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—Papá, ya tengo un puñado en el bolsillo. Mauricio, también. Te toca a ti —me dice Miluska al oído, mientras sus ojitos brillan con inocencia, en la cima del morro de Arica. Habíamos llegado el día anterior. La ilusión por éste viaje de Miluska y Mauricio, mis pequeños hijos, había sido inquietante. En Tacna, prepararon sus maletines hasta muy avanzada la noche. — ¿A qué hora partiremos mañana, papá? —me preguntaba Mauricio, insistente.  —Muy temprano, a las seis. —le respondía.  —Pondré el reloj despertador para las cinco —acotaba Miluska, muy diligente. Al día siguiente, antes de las seis de la mañana, en el terminal internacional de Tacna, los conductores de los automóviles que prestan servicio a Arica nos abordaron. Ofrecían llevarnos inmediatamente. Alegaban que con dos pasajeros más, sus máquinas partían en el acto. Decidimos subir a uno de ellos. Iniciado el trayecto, pegados a la ventana y a más de ciento veinte kilómetros por hora, veíamos discurrir a los arbo

El oficio más antiguo

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Yésica ha publicado un aviso en el diario: ofrece tener sexo contigo, dice que es una encantadora trujillanita, de diecinueve años, alta, clarita, quebradita, alegre, súper complaciente, dispuesta a satisfacer tus fantasías y brindarte trato de enamorados. Concluye con una invocación: “Llámame, no te arrepentirás amorcito”. Acto seguido, en letras más grandes, te regala el número de su celular. Como ella, hay una variedad de damiselas que ejercen eso que algunos prefieren llamar el “oficio más antiguo”. Aprovechando la tecnología de las comunicaciones, te ofrecen sus servicios en las formas más ocurrentes. Si es verdad lo que dicen de sí, casi podríamos clasificarlas. En el primer rubro estarían, por ejemplo, las ILUSTRADAS. Es el caso de Kasandra, quien además de hacer referencia a sus prodigiosos encantos corporales, dice que es «educadita». También, Priscilla quien como parte de su currículum vitae, señala que es una súper sexy muñequita “universitaria”. Aunque, claro, esta forma de

Hasta pronto, Machu Picchu

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—Vaya a Machu Picchu, —me había instado Mario—. Se dará cuenta que ese lugar es más hermoso cuando se le visita por segunda vez, —agregó con su educada voz de locutor y periodista. Así, a las 6.45 horas de hoy domingo, bajo un nutrido aguacero y con una bufanda de lana de alpaca en el cuello, estoy en la Estación ferroviaria San Pedro, en Cusco, presto a vencer los 112 kilómetros que median hasta la urbe Inca. Primera campanada. Abordo el tren popular. Quedo instalado en el vagón B, asiento 5. Al frente, con la mirada triste y casi chocando nuestras rodillas, está sentado un chiquillo lugareño. Pronto esta lata de atún, que funge de vagón, se transforma en un hervidero. Suben más pasajeros, portan variados equipajes. Segunda campanada. Una señora vestida con una colorida pollera me pide permiso. Seguidamente, coloca debajo de mi asiento una ruma de huevos alineados sobre bases superpuestas de papel prensado. Otra, carga un bulto que pronto obstaculiza el pasillo. Tercera campanada. Se